Epígrafe: “El sacrificio de un buen policía no muere con su partida, sino que vive en cada vida que protegió y en cada rincón donde su sombra impuso el orden”.
Por: Emilio Gutiérrez Yance, cronista-patrullero de la Policía Nacional de Bolívar
La brisa caliente de Cúcuta se enredaba entre las calles polvorientas cuando Omar Enrique Medina Cuberos llegó al mundo un 6 de febrero de 1989. Creció entre el bullicio del comercio fronterizo y la mirada firme de su padre, Freddy Antonio Medina Olejua, quien le inculcó desde niño el valor de la responsabilidad y la rectitud. Su madre, Braulia Marlene Cuberos Rico, lo vio crecer con esa inquietud propia de quienes tienen la vocación tatuada en el alma mucho antes de entender su significado.

Desde pequeño, Omar Enrique supo que su destino no estaba en la quietud de una oficina ni en la rutina de un horario fijo. Su vida estaba marcada para el servicio, para ser ese escudo que protegiera a los indefensos, el guardián anónimo que vigila cuando el resto duerme. La vocación policial es como una armadura invisible: pesa sobre los hombros, pero protege a quienes la llevan con honor. Y él la llevó con orgullo.
Se formó como Bachiller Técnico y luego como Técnico Profesional en Servicio de Policía. Su sed de aprendizaje lo llevó a capacitarse en derechos humanos, mediación policial y normatividad en seguridad, con un firme propósito: servir con integridad y transparencia. Pero más allá de los diplomas y certificaciones, Omar Enrique tenía algo que no se enseña en las academias: el coraje.
El subintendente de la justicia

Ingresó a la Policía Nacional con la determinación de un soldado y la paciencia de un maestro. Pasó por el Departamento de Policía Putumayo y el Departamento de Policía Magdalena Medio, donde se desempeñó en roles clave: comandante de guardia, encargado de seguridad de instalaciones, analista de prevención y convivencia, e integrante de patrullas de vigilancia.
Cada patrulla es un vigía incansable, recorriendo las arterias de la ciudad para mantenerla con vida. Y él lo sabía. Sus recorridos eran más que una rutina: eran una promesa silenciosa de orden y seguridad. Se convirtió en el rostro confiable de su comunidad, en el hombre que con su sola presencia prevenía el caos y restauraba la tranquilidad en cada esquina que custodiaba.

Recibió múltiples condecoraciones y reconocimientos por su entrega: la Medalla al Mérito del Servicio de Vigilancia “Patrullero Víctor Manuel Chía Fonseca”, la Citación Presidencial de la Victoria Militar y Policial, el Distintivo de Reconocimiento del Plan Nacional de Vigilancia Comunitaria por Cuadrantes, entre otros honores que resaltaban su ética, su dedicación y su respeto por la labor policial. Pero él no trabajaba por medallas. Su mayor premio era la certeza de haber hecho lo correcto.

El último servicio
A pesar de la dureza de su trabajo, Omar Enrique encontraba en su familia el refugio necesario para seguir adelante. Casado con Liliana Arelis Calderón, y padre de Omar Matthias y Paula Mariana, equilibraba su vida entre el uniforme y los abrazos de sus hijos, entre el deber y el amor. Sin embargo, la tragedia es un enemigo furtivo que no distingue entre el héroe y el villano. Y un día, sin previo aviso, le arrebató la vida.
Views: 10